Por Malena Saenz
¡Spoiler Alert! Sí, la serie Cobra Kai está llena de escenas inverosímiles. Nadie aprende ese nivel de karate en tan poco tiempo, o recibe tantas patadas en la cabeza casi sin consecuencias, o termina de pie después de enfrentarse solo a un grupo de agresores. Tan inverosímil como Karate Kid e igual de disfrutable. Es fácil ver esta serie de un tirón porque es la mezcla perfecta entre lo nuevo y lo viejo: retoma lo viejo y querido desde un ángulo distinto que lo hace nuevo. Y entre tanta patada voladora y guiños ochentosos, una historia poderosa rompe el binarismo de la película (bueno-malo, perdedor-ganador) para mostrarnos que la vida es larga y que pelear es mucho más que ganar torneos.
Es imposible que los artistas marciales miremos esta serie sin preguntarnos en qué Dojo preferiríamos entrenar. ¿El camino del puño? ¿Encerar y pulir? ¿Cuál es la vía correcta? ¿Cuál un desvío? Esta es mi opinión al respecto.
Cobra Kai
Johnny pretende abrir un Cobra Kai distinto, mejorado, pero no tiene en claro cómo lograr ese cambio de piel. La agresividad de este Dojo lo salvó y lo arruinó, lo arrancó del lugar de víctima para después estrellarlo contra una pared. Quiere quedarse con lo bueno y transmitirlo, pero el retorno de Sensei Kreese sólo puede llevarlo al lado oscuro.
De Cobra Kai rescatamos la osadía. Huir de la autocompasión, entender que uno es mucho más fuerte de lo que se imagina. Elias no puede cambiar su labio ni la lógica del bullying. Parece condenado al acoso escolar hasta que Johnny le explica, no sin cierta crueldad, que tiene la posibilidad de reinventarse. Nace el Halcón de sus cenizas. Cobra Kai es el Halcón y Miguel, es Johnny y Kreese: energía y agresividad al filo de la violencia, coqueteando con (o abrazada a) la oscuridad.
Otra virtud de este Dojo es su sentido de grupo. Es hermoso ver la alegría con la que entrenan y con la que siguen juntos después de entrenar. Pueden arrancarse la cabeza en el tatami, pueden incluso odiarse si así lo pide el ejercicio, pero eso no debilita sino que fortalece la hermandad. A diferencia del Miyagi-Do, todos usan gi, y eso los iguala y los acerca. El gi es una vestimenta práctica pero también simbólica que marca una diferencia entre el afuera (donde uno se viste como quiere, resaltando lo que quiere de su personalidad) y el adentro (donde todos somos una parte de lo mismo y donde no deberían primar los egos y las individualidades sino el conjunto).
Otro gran punto a favor de las cobras es el respeto a la palabra del maestro. Mientras que en Miyagi-Do los alumnos cuestionan todo lo que dice Daniel (“hace mucho calor para entrenar” “esto parece un baile” “no pretenderás que subamos ahí”) en Cobra Kai es poco frecuente ese tipo de comentarios. Por supuesto que las órdenes que reciben muchas veces son cuestionables, sobre todo si vienen de Kreese, pero ese es problema de tener malos maestros.
En sus momentos de iluminación, Johnny diferencia la falta de misericordia de la falta de honor. En sus momentos de debilidad, las confunde o no se da cuenta de cómo las confunden sus alumnos. Hay que ser emocionalmente fuerte para manejar bien la fuerza física y Cobra Kai no lo es: se alimenta de odio y venganza, enardece el ego y promueve la comparación constante con los otros. Nada bueno puede salir de eso; ni en los ochenta, ni ahora, ni nunca.
Miyagi-Do
El Dojo de Daniel, al menos por ahora, no promueve el bullying. No hace alarde de la fuerza ni se enorgullece de pegar el primer golpe sino que, por el contrario, busca evitar la pelea. Sí, no siempre los alumnos están a la altura del Dojo. Tampoco el maestro. Por más que Daniel tenga sus momentos de iluminación (siempre ligados a recuerdos del señor Miyagi) en general se deja llevar por el ego y sus ganas de competir. Son desvíos y él lo sabe. Él sí tuvo un buen maestro.
En este Dojo se habla del equilibrio en el karate y en la vida, ese equilibrio que nadie encuentra y hace avanzar a la trama de esta serie. Pero el éxito de la concesionaria LaRusso demuestra que Daniel pudo internalizar otra enseñanza de su maestro: aplicar las reglas del Dojo a la vida. Vivir como se entrena. Con la misma seriedad, atención, disciplina. Buscando la perfección y adelantándote a los golpes del enemigo. Ese es un gran punto a favor del Miyagi-Do. En un arte marcial tradicional, no tiene sentido pegar una piña perfecta si afuera del tatami no podés con tu vida.
También es un Dojo que observa la naturaleza, que busca en ella inspiración y refugio. Es un Dojo que habla del silencio y promueve la meditación. Hay un horizonte más allá del “Golpeá primero, golpeá fuerte, sin misericordia” y eso está muy bien. El karate es más que pegar piñas y patadas: es una puerta hacia a otro lugar.
El fracaso de Miyagy-Do queda expuesto con el ataque artero de Robby del final. Cuando Miguel elige tomar lo mejor de Johnny y no lastimar a un oponente que ya está derrotado, Robby se aprovecha y lo lastima a él. Toda la oscuridad de este personaje parecía haberse esfumado con el entrenamiento pero ahora vemos que no, que sólo estaba reprimida. Ni equilibrio, ni defensa, ni paz interior. Las palabras bonitas del Miyagi-Do son solo palabras si no se acompañan de una profunda autoindagación y un comportamiento acorde.
Parker Sensei
La segunda temporada termina con una épica pelea entre Dojos en la escuela. Todas las historias adolescentes estallan justo en el momento en que los adultos empezaban a saldar la suya, a entender que las victorias y derrotas de hace treinta años pueden quedar atrás si uno deja de alimentarlas. Pero ya es tarde. Nadie puede transmitir lo que no aprendió, y ni Johnny ni Daniel aprendieron a dejar de lado el ego.
Todo lo que no se resuelve, se embarra. Todos los problemas que tiramos hacia adelante se convierten en una bola de basura que nos espera a la vuelta de la esquina en algún lugar. Para bien o para mal, se redoblan las apuestas y ahora en vez de dos adolescentes saldando cuentas, o dos adultos, tenemos a una legión de chicos y chicas peleando por celos, amor, amistades rotas, rivalidades pasadas y conflictos familiares. Tenemos a sus hijos y alumnos entrañables poniendo en riesgo a otros y a ellos mismos.
Ni Cobra Kai, ni Miyagi-Do. Las artes marciales sin inteligencia emocional son un peligro. El equilibrio de la mente es el primero, el más importante para buscar. El tío de un superhéroe dijo alguna vez que un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Esa es una verdad que todo buen maestro debería transmitir y de la que todo buen artista marcial debería hacerse cargo.